viernes, 17 de diciembre de 2010

Crónicas Celestiales-Chapter Three

•La cura del Demonio•


La lúgubre y tintineante llama de las velas iluminaba la habitación dándole movimiento. La luz que filtraban las cristaleras se reflejaba en el rostro del joven, pálido, como si la muerte hubiese borrado todo rastro de sangre en su cuerpo. Los oscuros mechones de cabello se le pegaban a  la frente por el sudor de la fiebre y su respiración inestable acompasaba los rápidos latidos un corazón que luchaba por sobrevivir.

El nerviosismo que se arremolinaba en su interior al contemplar la desnuda figura del herido era algo inexplicable. Nunca antes había sentido algo como aquello, ya que de donde ella venía, el cuerpo era algo que se ocultaba y nunca era enseñado, asegurándose siempre de que nadie podía observar su desnudez.

Fuera lo que fuese, ese sentimiento de inquietud le encantaba.


El mullido colchón simulaba el tacto de las nubes. Las sábanas de seda sólo ocultaban la mitad de su cuerpo, dejando ver las vendas en su torso.
La muerte era muy parecida al tacto de la vida.
Una suave caricia alarmó cada poro de su cuerpo, aun en estado de alerta desde el fatídico combate. No permitiría que volviesen a herirlo.
Agarró una fina muñeca, para su sorpresa. El sentir el contacto de otra persona le hizo pensar que, después de todo, aun no había partido al más allá, por mucho que su mente le dijese lo contrario y sus músculos apenas le permitieran movimiento alguno.
Cuando por fin sus ojos tuvieron el valor y la energía de mostrarse al mundo, agradeció la oscuridad de la sala cubierta por la noche. Pocas eran ya las velas que seguían en pie.
Ante él, una joven sorprendida por el brusco gesto le observaba atentamente, estudiando cada una de sus facciones.  Después de todos aquellos años de lucha, la visión de su belleza parecía borrar todo el daó que su corazón había sufrido. Poseía una tierna mirada, llena de preocupación, que hechizaron al Demonio,, el cual soltó por fin su prisionero brazo. Las mejillas ruborizadas deban color al liso rostro de la muchacha, y en su largo cabello se dibujaban ondas perfectas.

Pero, observándolo, halló el símbolo contra el que luchaba y el cual había odiado más que a ninguna otra cosa. Las blancas alas , encogidas, le hicieron recordar.

Intentó incorporarse, pero sus fuerzas le fallaron. Se percató entonces de los vendajes, y comprendió.

Aquel Ángel no era un enemigo.

La joven, al ver su esfuerzo, intentó detenerle también apoyándose grácilmente sobre él. Su contacto incrementó la sensación de nerviosismo; y el Demonio lo notó; y sus ojos se encontraron.

La oscuridad de la noche se fundió con el mar, como el hermano sol cede con el crepúsculo el horizonte de los océanos a su hermana la luna.

Agarró sus finos brazos, que cediendo, la dejaron caer sobre el fornido pecho de su acompañante. Recogida entre sus brazos, cerró los ojos para disfrutar del momento, y en lo más profundo de su ser, pudo oír el silencioso gracias que le brindaba.

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